El pasado 23 de abril por decisión de Naciones Unidas se celebró el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor. Pese a que ha sido como tantas otras una celebración más, no deja de ser interesante registrar los motivos últimos de la misma, más aún cuando la revolución tecnológica parece eclipsar las formas y el contenido del Libro, las más alta expresión de la creatividad e inteligencia del ser humano en toda su milenaria historia
La celebración de los derechos de autor, es, por más que se lo ponga al mismo nivel del Libro, es un asunto aleatorio y secundario, y que sin duda responde más a intereses económicos que a los derechos en sí de las personas que han escrito y editado los libros. De hecho, los libros, luego de cierto tiempo de su edición, pasan a ser patrimonio de la humanidad, y sus autores, emblemas de creatividad e inteligencia, expresiones culturales que pasan a brillar en el horizonte de la humanidad en marcha.
La propia celebración del Día Mundial del libro nos remonta a uno de esos misterios insondable que seguirán despertando curiosidad y las más diversas reflexiones. El 23 de abril de 1616, hace exactamente 393 años, fallecían tres de los inmortales de la literatura universal. El más joven de ellos, William Shakespeare, con 52 años, había nacido en Strafor Ford-on-Avon , Inglaterra, en 1564. Miguel de Cervantes Saavedra, con 69 años, nació en Alcalá de Henares, España, en 1547. Y el Inca Garcilazo de
Según las crónicas históricas, ninguno de los tres se conocieron. Procedían de mundos culturales distintos e incluso enfrentados. La vida los mantuvo separados e incomunicados entre sí. El día, el mes y el año de sus respectivas muertes, los unió y selló un legado inmortal a la humanidad. Las obras escritas que dejaron, no sólo constituyen mojones en la historia de la cultura y de los seres humanos, sino que siguen siendo, referencia, ejemplo, paradigma. Ni el “Quijote de
El Inca Garcilazo, hijo de madre inca y padre español, con sus “Crónicas Reales”, seguirá siendo el puente imperecedero entre la ignota civilización incaica y el resto de la humanidad, aún la contemporánea. Recordemos que ni la espada ni la cruz ha logrado, a pesar de los siglos destruir el alma de la civilización de los Incas, de Atahualpa, de los Manco Capac, de los Tupá Amarú. Sus sabiduría milenaria, su organización social, sus concepciones espirituales aún están en el horizonte del mundo.
Sin dudas el libro, como lo expresa el mensaje de Naciones Unidas para este 2009, establece un vínculo entre los seres humanos de distintas épocas y de los horizontes más diversos, contribuyendo así a la construcción de nuestra comunidad mundial. En tanto que instrumento de la libre expresión, está al servicio de los derechos humanos, exhortando por lo tanto a reforzar este importante elemento para la dignidad humana que es la eterna fertilidad de los libros.
En ocasión de instituir la celebración – la 28ª Conferencia General, realizada en París, Francia entre el 25 de octubre y 16 de noviembre de 1995 -, Naciones Unidas consideró “que el libro ha sido, históricamente, el elemento más poderoso de difusión del conocimiento y el medio más eficaz para su conservación”, estimando asimismo que “toda iniciativa que promueva su divulgación redundará oportunamente no sólo en el enriquecimiento cultural de cuantos tengan acceso a él, sino en el máximo desarrollo de las sensibilidades colectivas respecto de los acervos culturales mundiales y la inspiración de comportamientos de entendimiento, tolerancia y diálogo”.
Una biblioteca, privada o pública como las municipales y de los centros de enseñanza, es, como lo dijo el padre Larrañaga en
La civilización contemporánea ha querido dar vuelta la cara a los libros, privilegiando las nuevas tecnologías, la imagen, la cibernética. Con razón todos nos quejamos de la universal pérdida de valores. El amor a la belleza, a lo bueno, a la verdad, no se va a engendrar en la frivolidad de una computadora. La escritura, esencia del libro, es una creación de la humanidad, única capaz de derribar los muros de la ignorancia, la incomunicación, del tiempo, la distancia y el egoísmo. Por ella tenemos aún el privilegio de compartir la imaginación, la inteligencia, los sentimientos, la existencia misma de los seres humanos y la naturaleza. Y compartiendo, crecemos y nos multiplicamos.